No estaba habituado a ver cuerpos desnudos, repletos de tubos y pronados, a los sanitarios trabajando a contra reloj, comiendo en una pequeña habitación con el rostro totalmente desencajado por el cansancio.

No lo voy a negar, salí tocado de aquella experiencia. No es cierto que la cámara te sirva de filtro para engullir mejor lo que están viendo tus ojos… al menos en mi caso no es cierto.
De regreso a casa no tardé en plantearme la posibilidad de rodar un corto documental, así que llamé a José Bautista, buen amigo y persona con la que ya había trabajado en otros proyectos audiovisuales, para comentarle y saber si le apetecía unirse al proyecto. José aceptó rápidamente y nos dispusimos a realizar los trámites necesarios para iniciar el rodaje.
El primer paso fue hablar con la responsable de Comunicación del Hospital de Bellvitge para explicarle el proyecto. La única forma posible de rodar algo con ciertas garantías era trabajar desde la confianza, sin tener que llevar adosada una persona de dicho departamento viendo lo que haces. Es por ello quise dejar muy claro ese aspecto. Era importante poder trabajar desde la confianza entre ambas partes.

Al cabo de unas semanas recibimos la contestación del Hospital dándonos el permiso para iniciar el rodaje. Firmamos un acuerdo de confidencialidad y empezamos a concretar días para poder estar en la UCI donde había estado ingresado el protagonista de “103”.
Prácticamente había pasado un mes desde aquella mi primera incursión en la UCI y cuando llegó el momento de sustituir las fotos por el vídeo la tensión había bajado muchísimo y los sanitarios se centraban más bien en el control de los pacientes. Tras los dos primeros días permaneciendo cámara en mano esperando rodar alguna escena interesante, le comenté a José que esa tensión que había vivido durante mi primera visita al Hospital de Bellvitge se había desvanecido casi por completo y que en esos momentos había muy poco que rodar, así que decidimos parar momentáneamente el rodaje y replantear el proyecto. Claramente debía ser algo reflexivo, pero ¿el qué?
La carta de Fernando
No pasaron más de tres días cuando cayó en mis manos la carta que Fernando había escrito al regresar a su casa tras superar la maldita enfermedad. Constaba de 18 folios y en ella contaba su experiencia durante los días que pasó ingresado y a la vez daba las gracias de una forma muy especial a los sanitarios que lo habían cuidado. La leí atentamente y al finalizar lo llamé. A Fernando hacía tiempo que lo conocía al vivir en la misma población y compartir amistades.

Tras su aprobación para adaptar esos 18 folios a un corto documental llamé a José y le dije: “…ya tenemos la historia que contar. Te la mando”. Es una historia pequeña dentro de esta locura de pandemia, pero justo por esa escala nos permitía apelar a empatía, apartando la mirada de todas esas cifras impersonales que cada día inundan los informativos. Contar la enfermedad desde un punto de vista íntimo, a través de una carta escrita por el propio paciente donde el miedo, la incertidumbre, la esperanza, el amor o la gratitud se mezclaban en cada una de sus líneas.
Además, este escrito enfatiza en las personas y no en el cuerpo sanitario en sí, con la peculiaridad de que Fernando desconocía el nombre de algunos de ellos, y por supuesto sus caras –todas cubiertas tras los EPIs de seguridad– por lo que en ocasiones aparecían referenciados en la carta cómo el Doctor X-1, la Doctora X2, la compañera X, la señora X de la limpieza.
Apelando a la relación de confianza antes nombrada, comuniqué al hospital el cambio de rumbo que tomaba el documental. Ellos lo entendieron y aceptaron. El primer paso fue averiguar las incógnitas de esa “ecuación” repleta de “X”. Conseguida esa lista, empecé a pasar con ellos/as guardias de día y de noche. En el caso de Fernando quise esperar un poco más para visitarle; hacia relativamente poco que había salido del hospital y todavía se sentía muy débil.

Debido a las dimensiones de la UCI donde Fernando estuvo ingresado y donde se rodó “103”, tuve que plantearme cómo permanecer dentro de estos contextos durante horas intentando molestar lo mínimo posible al personal sanitario que me encontraría trabajando. Desde un inicio descartamos la entrada de una segunda persona que se encargara del sonido por falta de espacio, lo que implicaba elegir una configuración de cámara relativamente pequeña pero que ofreciera plenas garantías de calidad. En nuestro caso el set de trabajo final se compuso por un cuerpo de cámara sin espejo, una óptica zoom 24-70 mm f/2.8, un micrófono y un previo de sonido adosado a la parte inferior de la cámara. Prescindimos de usar trípode por las mismas razones, se rodó todo cámara en mano.
El tiempo compartido junto a los sanitarios arrojó un sinfín de conversaciones sobre lo que había sucedido durante esos días tan críticos del mes marzo: los problemas que se encontraron, los efectos de la medicación cuando los pacientes despertaban y las innumerables muertes en soledad.
Entre ellas, me viene a la memoria las palabras de Jéssica, una de las sanitarias que aparecen en el corto: “…necesitábamos que saliera alguien con vida, ¡dar un alta! los pacientes ingresaban y no mejoraban, era tan desmotivador”. Ella a su vez recordaba emocionada las palabras que le dijo a Fernando el día que salió de la UCI: “Eres el primero que sobrevive y te lo agradecemos porque lo necesitábamos.”. Sí, Fernando fue el primer paciente en salir vivo de ese hospital.

Concluidos los días de rodaje en el Hospital de Bellvitge, alguno de ellos con EPI y todas las protecciones necesarias al tener que rodar dentro de los Box donde permanecían los pacientes, inicié la parte de Fernando, intentando rodar pocas secuencias al día para no cansarlo. Esto demoró el rodaje unas semanas más, pero ni José ni yo habíamos planteado una fecha concreta para tenerlo listo, así que a finales de julio lo dimos por acabado, a falta de rodar algún plano exterior.
El Montaje
Las dieciocho páginas que completaban la carta se redujeron a cinco tras la adaptación del texto al guion del documental. Muchas de las conversaciones mantenidas con los sanitarios fueron integradas posteriormente por su importancia, como cuando Cèlia me contó la crueldad de este virus que incluso llegaba a borrar las huellas dactilares de los pacientes. Una paradoja en estos tiempos donde la tecnología es omnipresente, los pacientes tras el desgaste físico de su piel en la UCI no podían desbloquear sus teléfonos al no reconocer su huela y al despertar, aún desorientados, no recordaban los códigos de accesos de sus teléfonos móviles. Sin poder hablar con sus familiares o conocidos, estaban doblemente asilados.
Al comenzar el montaje llegó el turno de la labor de José Bautista. Igual que hicimos antes de empezar a rodar, mantuvimos bastantes charlas por vídeo-llamada aportando cada uno su manera de montar. No recuerdo la de vueltas que le dimos al guion, las veces que cambiamos el final y otras partes, pero ambos sentíamos que la cosa empezaba a andar.

Paralelamente al montaje José empezó a componer la música, él muy canalla no me dejó escuchar nada hasta al final de todo el proceso de edición. Trabajar uno en Madrid y el otro en Barcelona no facilita mucho las cosas así que no hubo otro remedio que habituarnos a esta distancia y solventar las dudas a golpe de teléfono.
Afortunadamente nos conocemos bien y compartimos en muchos casos el modo de ver las cosas cuando hemos trabajado juntos en proyectos documentales. Cuando no estamos de acuerdo en algún punto, siempre hemos procedido del mismo modo: parar y reflexionar sobre lo que uno u otro está diciendo y ante todo dejar los egos “confinados”, bien lejos. Escuchar las dudas y las críticas suma, el resultado siempre iguala o enriquece, nunca desmejora.
El título y el cartel
La carta que escribió Fernando incluía un dibujo que realizó de vuelta a casa. Para ello utilizó un iPad y una aplicación que, como buen arquitecto, controlaba bien. Al verlo por primera vez no dudé en pedirle permiso para usarlo como cartel del documental. Era distinto y tenía un buen impacto visual. El título del corto viene dado por el número del box en el que estuvo ingresado.
“103, un número en la puerta, un número asociado al pánico que, pensé en ese momento, ya sería un número maldito en mi recuerdo.”
Fernando Domínguez

Al principio este nombre solo era una carpeta de mi disco duro, donde volcaba todo el material del rodaje. Al final José y yo decidimos que “103” sería el título definitivo del documental. 103 era además el número de habitación del hotel Sultán en Damasco donde habíamos rodado dos años atrás el documental “Damasco, el silencio de la Guerra”, casualidades de la vida.
La relación con los sanitarios
Desde el departamento de comunicación del Hospital de Bellvitge, lugar donde se rodó el documental, dispuse en todo momento de la ayuda necesaria a la hora de rodar dentro de la UCI. Todo fueron facilidades tanto del centro como de los sanitarios que aparecían en la carta de Fernando y que accedieron a participar en el documental. Los primeros días tenía la sensación de estar siempre en medio, poco a poco me fui adaptando a ese hábitat.
Jéssica, Anna, Wen, Sandra, Cèlia, Nuria y David son las personas que se escondía detrás de esas “X”, detrás de esas máscaras que imposibilitaron que Fernando los conociera. La razón de la carta –en parte– era darles las gracias por sus cuidados y en un futuro no muy lejano poder conocerlos personalmente, encuentro que aún no se ha dado por las restricciones sanitarias vigentes.

Durante el rodaje hice entrevistas a todas estas personas salvo a Nuria, “la señora X de la limpieza”, que en este primer contacto se negó y yo no quise forzar nada. Al finalizar cada entrevista les realizaba un retrato, sin tener la certeza de incluir ese material o no en el documental. Finalmente los incorporamos, pero nos faltaba Nuria. Su falta podía interpretarse erróneamente, como quien no valora su trabajo, nada más lejos de nuestra intención. Con la ayuda de Anna, una de las enfermeras, contacté de nuevo con ella y accedió a ser fotografiada. El día que concretamos una rápida sesión en el mismo hospital pudimos hablar un rato.
Sinceramente creo que si ahora tuviera que hacer otro documental sobre la Covid sería bajo su punto de vista. Durante toda la pandemia se encargaron –y se encargan– de borrar todo rastro del virus, un trabajo de una importancia vital. Nuria es una mujer encantadora, de aquellas personas que evade el protagonismo. Me contó que durante veintidós años de profesión nadie le había agradecido su trabajo. Aparecer en la carta de Fernando y a la vez ser participe del documental era muy importante para ella.

Al llegar a casa seleccioné su retrato y se lo mandé por WhatsApp. Al recibir su respuesta pensé que ya habían valido la pena todas esas horas de esfuerzo para realizar este documental. Son esos premios anónimos que a veces te da este oficio, que nadie conoce pero que te inundan de humanidad.
Actualmente Fernando evoluciona positivamente tras ganarle la partida a este bicho maligno en una lucha sin igual. A las semanas de su alta médica fue abuelo. Él que había deambulado por ese estrecho hilo que a veces separa la vida y la muerte, ahora podía ver como una nueva vida brotaba desde Dublín, lugar donde reside su hijo Aleix con el que habla habitualmente por videoconferencia.
La recuperación es lenta pero eficiente, en sus propias palabras:
“Dormir bien, comer bien, música, poemas, ser mimados… aun a metro y medio cura… cura mucho”