Viajar al Himalaya siempre había sido uno de esos sueños que uno tiene ganas de realizar sin prisa. Hay que esperar el momento perfecto. El mundo es muy grande pero los lugares mágicos no son infinitos y la energía que ponemos en ellos tampoco. Y llegó mi momento perfecto.

La idea del proyecto ha ido evolucionando desde el primer momento. En un principio todo parte de una llamada de Olympus para que yo acompañara al reconocido alpinista Alex Txikon, que iba a intentar el Everest en invierno sin oxígeno. Después de que Hillary y Tenzing lo subieran por primera vez en mayo de 1953; que Messner y Habeler lo hicieran en 1978 sin oxígeno y los polacos Wielicki y Cichy en 1980 fueran los primeros en coronarlo en invierno, faltaba únicamente unir todas esas dificultades y proponerse el objetivo.

Olympus sería el patrocinador oficial, al igual que hicimos en 2016 con mi viaje a la Antártida, donde narré en un diario e hice un vídeo junto a Juan Sisto. En esta ocasión querían que llevase una cámara que todavía era ‘secreta’ para testearla y ponerla a prueba en condiciones extremas. Mi misión era hacer un diario de la aventura y tratar de llegar hasta el campo base del Ama Dablam y el Everest con los montañeros.

Pero en la segunda reunión apareció un actor nuevo, totalmente desconocido para mí, que hace que el proyecto gire y cobre fuerza. En medio de una conversación en las oficinas de Olympus, Ignacio, el coordinador de la expedición, menciona a Amiab y al grupo de chicos con discapacidad. Se me erizó la piel al escucharlo y quise saber más.

Era noviembre de 2019 y faltaba un mes y medio para partir hacia el Himalaya. Desde la Asociación Amiab, una entidad que trabaja para la inclusión de personas con discapacidad en el mercado laboral y en el deporte, querían llevar a tres chicos con discapacidad intelectual y a cuatro monitores hasta el campo base del Everest. En ese momento pedí a Olympus si además de hacer el diario de la expedición en fotos podía tratar de hacer una pequeña pieza audiovisual. Para mí no se trataba de probar una cámara de fotos y exprimir también el vídeo, no tenía nada que ver con la técnica: se trataba de poder contar en formato audiovisual algo que me parecía iba a ser único y emocionante.

Cuando fui a Albacete a reunirme con los miembros de la asociación y conocer a los tres chicos para tener su permiso y poder grabar algunas imágenes salí muy emocionado. Era finales de diciembre, y renuncié a hacer simplemente una pequeña pieza. Sumé a mi equipo micrófonos, un pequeño LED y todos los extras para poder hacer un largometraje documental. Así que el primer objetivo era mostrar las particularidades de una cámara y finalmente acabé centrándome en contar la historia de superación de esos tres chicos de 20 años con discapacidad intelectual luchando por cumplir un sueño.

El escenario elegido fue el Himalaya. Salimos desde Lukla, conocido como el aeropuerto más peligroso del planeta. Aterrizar allí ya fue una gran aventura. Casi ninguno de los chicos había volado nunca y, de repente, estaban en una avioneta temblorosa aterrizando en una pista inclinada y ridícula. Desde allí fueron 12 días caminando, hasta alcanzar casi los 100 kilómetros de trekking, con grandes desniveles y superando los 5.500 metros de altura.

En cuanto a las dificultades del proyecto podría decir que realmente todo parecía complicado. Simplemente pensar en tres personas con discapacidad en el invierno más frío de los últimos años en el Himalaya ya era una hazaña arriesgada. Por mi parte, tratar de rodar un documental en solitario ya es complejo en tierra firme, así que ahora imagíname a 5.000 metros, con dolor de cabeza provocado por la altura, durmiendo poco, a 20 grados bajo cero, manejando un micrófono, una cámara, cambios de objetivos, guantes, gorro, gafas, bebiendo cuatro litros de agua al día… técnicamente cada plano era una odisea.

Y a pesar de llevar la cámara con el mejor y más rápido enfoque de todas las que he usado en mi vida, cometí gravísimos errores que en el montaje que me hicieron sentir patoso. Suerte tuve de mi equipo humano que no paró de animarme: ‘Álvaro, pero ¿has visto dónde estabas y cómo se te oye respirar?‘. A veces incluso no conseguía meter el ojo en el visor, y debía encuadrar a ciegas. Un día, ayudando a un porteador a subirse sus 50 kg de carga a la espalda, rompí el soporte del micrófono externo y me sentí muy impotente de no poder recuperarlo, arreglarlo ni encontrar otro. Allí tienes lo que tienes, y se trata de adaptarse e ingeniárselas siempre –por suerte, siempre viajo con cinta americana–.

Técnicamente hablando, llevaba una Olympus OM-D E-M5 Mark III para hacer fotografías y la E-M1 Mark III para rodar el documental. Casi todo el audiovisual lo rodé con el M.Zuiko 12-100 mm f/4, que me daba una gran versatilidad, con un punto de estabilización añadido, que allí era muy necesario. Si tenemos en cuenta que la nueva cámara tiene 7,5 pasos de estabilización junto a las ópticas estabilizadas hacía que, por ejemplo, caminar de espaldas por un desfiladero helado, con piedras, fuera algo fácil sin ningún tipo de gimbal o cualquier otro artilugio para estabilizar. Además, yo respiraba profundamente todo el tiempo, y cada vez que me paraba para rodar un plano me dolía el pecho al coger aire, pero veía la imagen en la pantalla totalmente estable.

Para las fotografías, casi siempre usaba el M.Zuiko 17mm f/1.2, muy compacto y luminoso. Pero en la mochila iban varias ópticas, cargadores solares y material técnico hasta alcanzar los 10 kg –nos recomendaban no pasar de cinco ya que cada kilo extra a esa altura se ‘multiplica’–. En total, llevaba dos cuerpos, las tres ópticas fijas f/1.2 –17, 25 y 45 mm–, el 7-14 mm f/2.8, el 40-150 mm f/2.8 y el 12-100 mm f/4. A cada paso que daba, me acordaba del Álvaro que hace 8 años subía montañas con equipos pesados que hubieran sido mucho más complicados de llevar consigo a ese lugar. Poder sumar cada una de estas ópticas, aunque fuera para planos o fotografías concretas y contadas, es un regalo para un fotógrafo.

Por suerte para mí, tenía un porteador que llevaba la otra parte del equipo técnico y mis cosas personales que sumaban 25 kg más. Hubo un momento divertido porque alguien le dijo a mi porteador ‘sé su sombra‘ y el joven se lo tomó al pie de la letra; pero no sabía que yo soy un nervio tanto a 300 como a 5.000 metros de altura y me paraba de golpe para hacer un plano general; de repente aceleraba para alcanzar al grupo y hacer un detalle de las botas rompiendo en el hielo; me adelantaba para dejar un micrófono en el suelo… y acabé rompiéndole el ritmo.

En el Himalaya hay que andar muy lentamente para aclimatarse y mantener el ritmo. Hablé con el porteador y le dije que simplemente estuviera siempre visible por si me quedaba sin baterías o quería el teleobjetivo que llevaba él, pero que mi ritmo iba a ser demoledor. Y así lo fue. En cada etapa, al llegar a los refugios o las tiendas yo era incapaz de moverme, de respirar, de comer, de socializar. ‘Nunca he llevado mi cuerpo tan al límite” repetía varias veces Jesús, de 22 años, con discapacidad intelectual y un corazón enorme. Y yo, para mis adentros, sin aliento, repetía ‘Yo tampoco, Jesusito. Yo tampoco. Pero iré donde tú vayas‘.

He aprendido mucho de Jose, Alejandro y Jesús. Pero también de sus cuatro monitores, de Javi, Laura, Fabri y Alberto. La piña que formaron junto al alpinista y bombero Óscar Cardo me hizo sentir realmente orgulloso y feliz de formar parte de aquello. Cada día había una fiesta, pero también una reunión para tomar decisiones. Cada paso era celebrado, y cada vez que alguien quería detenerse para siempre se escuchaba alguna voz que decía: ‘Venga, que hemos llegado hasta aquí, hay que seguir‘.

Al llegar al Campo Base del Ama Dablam, hacia la mitad del camino, pasamos tres días muy intensos. Álex Txikon y su expedición se preparaban para ascender a ‘la montaña perfecta‘ –así se conoce el Ama Dablam, de 6.856 metros de altura–, antes de ir a por el Everest. A nosotros ese parón debía servirnos para coger aire, aclimatarnos, descansar y comer bien, ya que Eneko, el cocinero de Txikon tenía montada su cocina allí.

Además de comer un solomillo con salsa y queso Idiazábal a 4.300 metros, a mí esa parada me sirvió para volcar todo el material y revisar lo que había hecho. Una de las cosas que suceden en viajes de este tipo es que pierdes un poco la noción de lo que has hecho o has imaginado que querías hacer. Tu mente no está fresca y no siempre puedes cumplir con los objetivos que te propones en el saco de dormir mientras peleas por conciliar el sueño.

Cuando volvimos del Himalaya, a finales de enero, me propuse tener el documental acabado para mayo y poderlo estrenar rápidamente. Pero llegó la pandemia y nos paralizó. Entonces, mientras transcurrían las semanas, decidí que cuando se pudiera viajar de nuevo iría a Albacete a entrevistar a las familias, grabar más planos recurso para ampliar la pieza y añadir locuciones y algunos sonidos que no conseguí en Nepal. La idea era mantener la frescura de lo que se rodó allí, pero hacer la pieza más rica visual y emocionalmente.

Este proyecto no ha sido uno más en mi carrera. Ese trekking no ha sido un logro más en mi afición por caminar en las montañas. Este viaje ha marcado un punto de no retorno que perseguía hace años y que pasa por enlazar algunas de mis pasiones como son las montañas, contar historias y ayudar a personas con dificultades.

En cuanto a la hazaña, no diré aún si lo conseguimos o si no; tampoco diré qué conseguimos exactamente, porque mencionaría demasiadas cosas y no quiero hacer spoiler del documental que estamos terminando. Lo que sí que aprendí es que la cumbre es el camino.
Sí, acabas de leer un contenido promocionado por Olympus Iberia pero no es un anuncio cualquiera. Todos nuestros acuerdos comerciales se establecen bajo un marco ético donde la publicidad, además de rentable y necesaria para nuestra supervivencia, ha de ser interesante y coherente para nuestra audiencia.
4 Responses
Desde el respeto de alguien que sería incapaz de alcanzar ningún campo base del Himalaya, menos aún de completar un reportaje fotográfico de este nivel en tales condiciones, y muchísimo menos de trabajar y entregarme de esa manera a las personas con discapacidad, me atrevo a preguntar: ¿No nos estamos volviendo un poco locos con todas estas movidas épico-deportivas? ¿De verdad se justifica por motivos terapéutico-médico-asistenciales o de integración social llevar a estas tres personas al Himalaya, para acabar siendo llevados a burros por un porteador? ¿No será que el verdadero motivo de estos despliegues es en realidad publicitario, sea de Amiab, Olympus…?
Gotzon, en esta vida debes elegir siempre entre ver la parte positiva o la negativa, tú eliges.
Buenas tardes , soy Óscar Cardo , participe en el proyecto como alpinista y he tenido la suerte de poder acompañarles durante el trekking. Nunca antes había estado en la montaña con personas con discapacidad y nos han dado una lección de constancia, tesón, amistad , compañerismo, confianza y un largo etc…que no terminaria nunca de explicarte.
Creo que te has equivocado profundamente en todo tu razonamiento…no se sabia, ni que íbamos a ser capaces de llegar , ni tampoco de grabar un documental….
Conoci a los chicos en octubre y te puedo decir que la experiencia que allí vivieron les ha hecho cambiar en su vida muy positivamente. Tanto es así que otros muchos compañeros están deseando salir a la montaña con ellos ….creo que deberías esperar a ver el documental antes de vertir este tipo de críticas sobre entidades o personas a las que no conoces.
Un saludo
Buenos días, a Oscar no soy quien para discutirle nada. El estuvo allá y yo en la comodidad de mi casa. El ha conocido la experiencia de verdad y yo he visto un vídeo. El ha compartido las horas con Alejandro, Jesús y José y yo no. Por tanto, agradezco su entrega y me guardo mis opiniones sobre muchos aspectos de estas expediciones.