La primera vez que acudí a Tordesillas a las fiestas de la Virgen de la Peña fue en el año 2005. Fue la excusa perfecta para pasar unos días trabajando junto a mi amigo Fernando García Arevalo; un fotógrafo de raza que muchos, sobre todo los más jóvenes, no conoceréis. Fernando siempre ha estado fuera de toda norma, realizando un tipo de fotografía muy elaborada, de la que requiere años de maduración y que no le ha permitido casarse ni con medios de comunicación ni con entidades. Y en comunión con ese estilo de vida continúa disfrutando de su pasión.

Este fenómeno de Cádiz, Fernando, al que no había vuelto a ver desde que el Prestige se hundió en aguas gallegas en 2002, me puso al tanto del Torneo del Toro de la Vega. Con la cobertura de prensa de este evento para la Agencia France Presse estuvimos en contacto en aquella fecha marcada y hasta el día de hoy no hemos dejado de estarlo.
Casi todo lo que he aprendido para trabajar en el Torneo me lo enseñó Fernando. Gracias a él fui conociendo a los miembros del Patronato del Toro de la Vega, a sus familias, hijos y amigos. Luego estos nos fueron introduciendo en la vida del lugar y sus gentes y me fueron dando sus razones para defender tan polémico festejo. Poco a poco fui tratando de entenderlas, aunque eso ni mucho menos quiere decir que las comparta. A mí no me gusta. Siempre he defendido que a Tordesillas no acudo a salvar toros, pero tampoco a matarlos.
Como fotoperiodista me he ceñido a fotografiar el llamado torneo, que es el evento en el que se daba muerte al astado, así como las fiestas, si bien es cierto que éstas últimas no han despertado mucho interés. Mis imágenes son usadas por los defensores y por los detractores y en función de quien la use las tratan de “maravilla o barbaridad”.

He sido acusado de antitaurino por los defensores del torneo y de protaurino entre los detractores del mismo. En cierto modo me alegra pensar que soy criticado. No me he posicionado en bando alguno y eso es imprescindible para mí en una cobertura de este calibre. Si me posicionase, no estaría haciendo periodismo; me habría pasado al lado oscuro de la comunicación donde sólo se escribe, habla y fotografía lo que interesa a quiénes firman los cheques. En este caso asumí que esta no es mi guerra. Además, la agencia France Presse, para la que trabajé durante los últimos trece años, siempre me permitió ser totalmente independiente. Su línea editorial es informar; no opinar.
En el momento en el que te posicionas dejas de hacer periodismo y te alineas en el lado de la comunicación y activismo. Como es muy difícil mantenerse al margen de lo que vemos y fotografiamos, debemos –al menos– ser honestos. La honestidad con la verdad y la información es un ejercicio que debería recoger equilibradamente los testimonios de las distintas partes enfrentadas. Al igual que en el lenguaje fotográfico, hay que aportar una visión todo lo global posible que nos permita conocer el máximo número de variables, aunque en realidad siempre tengamos claro cuáles son las fotos que terminarán publicándose.

Volvemos atrás en el tiempo y hablamos un instante sobre la Guerra; cuando los fotógrafos trabajamos en ambientes hostiles a nadie se le ocurre pensar que la situación nos gusta. Puede que nos atraiga el reto, la dificultad del acceso, la exclusividad que genera la dificultad, la odisea que puede suponer llegar a comer, beber, o conectaste a internet para enviar nuestros reportajes. En estos contextos uno se enfrenta a situaciones muy desagradables, con tremendos riesgos para la propia integridad física y mental y aun así hay que tratar de arrancar, entre las miserias que nos toca vivir, el puñado de buenas historias que deseamos contar a los que están ahí fuera con afán de informarse de la situación.
Siempre he acudido a Tordesillas dos o tres días antes del torneo. Mi intención ha sido conocer a la gente que forma parte de él. He tratado de documentarme sin esconder la cámara, intentando relacionarme con los defensores y los detractores que cohabitan juntos, porque allí también hay a quien el torneo no les gusta, aunque es difícil arrancarles las palabras públicamente.
Me trato de limitar a ir, conocer a los habitantes, comer con ellos, charlar y discutir y reírnos lo que nos sea posible, con el respeto por delante. Tengo un trabajo en el que no me considero nadie que pueda decidir lo que está bien o lo que está mal. Durante muchos años el torneo del Toro de la Vega se amparó en la legalidad. En aquél entonces los grupos defensores de los animales y contrarios al maltrato animal eran los que debían, con su trabajo, conseguir la ilegalización.

Fotografiar el torneo en la Vega no es nada sencillo. Considero que hay dos claves sumamente importantes: acercarse mucho y tomar la máxima precaución. Descuidar cualquiera de esos dos factores es igualmente fatídico. Si no se está cerca, muy cerca, al lado de los lanceros, será difícil obtener un buen trabajo y se corre el riesgo de que las imágenes acaben siendo fotografías presuntuosas que no digan nada. Si se descuidan las precauciones, quizá se acabe arrollado por un caballo, por la masa de participantes que corre despavorida cuando sabe que el toro ha echado a correr, pero aún no se le ve venir. Uno puede verse inmerso en una nube de polvo que no permita le ver más de tres metros y no sabrás donde tienes al toro hasta que se viene encima. Un toro tiene una altura inferior a una persona y entre la masa es difícilmente localizable. Puedes ser embestido por el animal que, asustado y acorralado intenta huir y defenderse.

Tras muchos años de controversia el fotógrafo no es bienvenido en la Vega. Aunque la mayoría de la gente ni se fijará en ti, puedes toparte con algún torpe que crecido por las circunstancias peleará tu expulsión como si no hubiera un mañana.
Resulta curioso que durante el torneo si trabajas muy próximo a los lanceros no tendrás mucho público en contra. Tal vez porque estas demasiado cerca y cada uno está en ese momento salvando su pellejo sin desprenderse de la curiosidad que les acerca al animal. Es el momento en el que el toro cae al suelo herido de muerte cuando la situación se convierte en más tensa y violenta para nosotros. Como observador de la vida no te queda otra que templar los nervios, que también los hay, aguantar los envites e insultos y capear la situación. Pasados unos minutos se relajará la tensión y cada mochuelo regresará a su olivo.

En todos los años que he cubierto el Toro de la Vega he ido modificando y puliendo las decisiones con respecto al equipo utilizado y mi logística de trabajo. Comencé trabajando con dos cuerpos de cámara y dos zoom, 24-70 y 70-200. Tras ver que el teleobjetivo no generaba más que peso y molestias decidí abandonarlo y empezar a reducir hasta la mínima expresión. Es arriesgado lanzarse con lo mínimo, pero a mí me resultaba muy cómodo, ágil y también atractivo como reto. Los últimos años he trabajado solo con un 24-70 y un cuerpo de cámara. Muy cómodo, cargado de precauciones y ligero de peso.
La noche previa al segundo martes de septiembre es la fecha en la que bajábamos junto a otros fotógrafos que acababan de llegar a Tordesillas para fotografiar el torneo. Aquel martes de 2013 olvidé algunas precauciones en el hotel. Me sentí crecido y arriesgué demasiado. Tanto que Vulcano –así se llamaba el toro– se encaprichó conmigo y me mando de reposo cerca de medio año. Dos cornadas muy complejas, 43 centímetros en la pierna derecha y 12 en la izquierda, múltiples infecciones, complicaciones y demasiados dolores durante la recuperación. Nunca había fotografiado una cogida durante los diez años y en aquel año otros fotógrafos captaron la mía.

Recuerdo todos los detalles de la cogida, el primer golpe que ya fue cornada, los eternos segundos entre las patas del animal, la intensidad su aliento y la fuerza y potencia con las que me arrastraba como una croqueta por el suelo. Recuerdo la segunda cornada con más ahínco y como, tras esta, me encontraba exhausto y traté de tapar la herida con las manos. Luego esperé a que me rematará. Oía los gritos de la gente que pedían que no me moviera y luego las mismas voces me instaban a que me levantara y corriera, pero yo ya no podía correr.

Agotado y herido no me quedaban fuerzas para levantarme. El toro lanzó su último impulso con la segunda cornada y acabó yaciendo junto a mí moribundo en la tierra. Parece una pelea épica, pero resultó más bien dramática. Vulcano falleció al momento y yo empecé un periplo complicado.
En la ambulancia que me trasladaron a la plaza de toros donde se me haría la primera cura y estabilización hacía mucho calor y empecé a perder el sentido. El medico levantó mi interés cuando se interesó por las ultimas fotos que había tomado, y juntos nos pusimos a verlas. Al llegar al quirófano entregué mi cámara a Fernando y le pedí que las enviara a la agencia para dejar cerrado el trabajo. Junto a Pablo Blázquez de Getty y Claudio Álvarez de El País mandaron mis imágenes a la agencia e informaron de lo sucedido. Inmediatamente, los medios de información se hicieron eco de la noticia. Cuando trabajas para medios de comunicación y sales en los papeles es por una desgracia como esta, quiere decir que, o has fallado, o te han galardonado por un trabajo bien hecho. Se creó bastante confusión. Se hablaba de mi cogida y se ilustraba con fotos que firmaba yo mismo y que eran las últimas realizadas, las tomadas previas al percance. Esas son las últimas realicé del Toro de la Vega.
Aquél fue el último año que bajé a La Vega a fotografiar el torneo. El siguiente año se celebró y, finalmente, la presión social y de los grupos antitaurinos la consiguió cerrar para que nunca más se celebrara.
2 Responses
Pedro, ni se ha cerrado ni se ha dejado de celebrar, el único cambio es que la muerte del toro ya no es por las lanzas, sino después en el matadero. En cuanto al equipo que has estado utilizando, me choca leer que por razones de peso solo llevas un cuerpo con un 24-70, cuando en los últimos años has sido abanderado y defensor de los equipos de Fuji, y en cambio aquí que es donde mas razón y sentido tiene llevarlos, optas por una réflex FF. Enhorabuena por el repor.
Hola Erikdan,
Según la comunidad autónoma en la que se celebre el festejo taurino hay una legislación u otra. Concretamente en Castilla León hay que dar muerte a los toros tras finalizar los festejos y supongo que lo hará una persona cualificada. Lo que está prohibido es dar muerte pública al Animal, en definitiva ninguno se sale de rositas. Hay otras comunidades por ejemplo, un toro puede estar en múltiples festejos.
No soy abanderado de Fujifilm. Trabajo con sus cámaras por comodidad. En 2013, que fue el último año que fotografíe el Toro De la Vega, ya tenía una X-Pro1 pero la usaba para cuestiones más tranquilas porque no satisfacía mis necesidades en aquella cobertura. Eran buenas cámaras, pero en aquel momento, lentas de enfoque. Con la llegada de la X-Pro2 me centré más en la marca y poco a poco voy dejando de lado el equipo Nikon con el que había trabajado hasta entonces. Un abrazo