A mediados del pasado mes de enero se inauguraba la exposición Herbarios imaginarios. Entre el Arte y la Ciencia en el espacio c arte c (Centro de Arte Complutense), un ambicioso recorrido por la iconografía científica y artística que circunscribe los inicios de la botánica, la farmacopea, la taxonomía del mundo vegetal y sus intrínsecas relaciones de control a manos del conocimiento. Un Jardín con una biodiversidad de tal entidad merecía una crónica reposada por nuestra parte.

La muestra se construye formalmente a través de cuatro áreas temáticas: Venenos y medicinas, Viajes y expediciones, Jardines y florilegios y Ciencia y medioambiente. Un total de 80 piezas provenientes de los fondos de los museos científicos de la Universidad Complutense y la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla dialogan con 70 obras de 25 artistas contemporáneos, nacionales e internacionales.

Cada sección cuenta con el asesoramiento técnico de un experto en la materia: José Pardo-Tomás, Esther García Guillén, Juan Pimentel y Tonia Raquejo. Un enfoque transdisciplinar al servicio de la propuesta expositiva de los comisarios, Luis Castelo y Toya Legido, ambos profesores de la Facultad de Bellas Artes de la UCM.
Venenos y medicinas
Somos el espíritu de nuestro tiempo. Conceptos como Ciencia, Magia, Arte y Tecnología, para muchos antagonistas entre sí forjaron estrechos vínculos en el pasado. En concomitancia con esos contextos pretéritos cohabitaban las creencias y los hechos empíricos, las clasificaciones pormenorizadas de las especies y sus descabelladas representaciones. Una carrera sin fin con el objetivo de aprender e intentar dominar –hasta domesticar– el entorno natural. No podemos por lo tanto desterrar la noción de ciencia anterior al método científico propuesto por Francis Bacon (1620) y de idéntica manera debiéramos de ser más escépticos con las visiones, en suma simplistas, que recaen sobre todo periodo anterior a ojos de la omnipresente ilustración. Relecturas interesadas para unos fines muy concretos, realizadas por personas occidentales –mayoritariamente varones y blancos– como apunta de manera certera José Pardo-Tomás (IMF-CSIC, Barcelona) en el catálogo de la exposición, dentro del capítulo Hierbas, ¿venenos o medicinas?.

Quizás en el equilibrio de esta amalgama de saberes esté la dosis perfecta, la piedra filosofal para entender muchas de las obras que componen la primera sala de la muestra. Piezas como el libro Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos obra del médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia Disocórides. El ejemplar expuesto es la primera traducción al castellano que llegó a nuestro país en el siglo XVI, el original en griego data del siglo primero. Considerado uno de los padres de la farmacopea, Dioscórides escribió un tratado fundamental de cinco volúmenes sobre botánica y farmacéutica describiendo alrededor de 600 plantas medicinales. La Mandrágora, especie que podemos ver en la sección escogida como apertura del libro, es una planta de raíces antropomórficas conocida por su toxicidad y elevadas propiedades curativas. No en vano la manera tradicional de distinguir un veneno de un medicamento es su dosis.

Estas xilografías fueron añadidas con siglos de distancia respecto al original por el doctor Andrés Laguna, médico del papa Julio III y traductor de esta versión en castellano. Otros tantos siglos después y a tan solo unos metros de distancia vemos la serie de Manuel Barbero Richart dedicada a la mitología que rodea a la Mandrágora. Diferentes fuentes medievales indican su origen en el semen de los ahorcados dando instrucciones sobre la estricta liturgia requerida para su recolecta.

Compartiendo vitrina con el Discórides encontramos otro libro que nos devuelve al juego de la representación, el Mostrorum historia (1642) del científico y naturalista italiano Ulisse Aldrovandi que describe un elenco de animales y plantas fantásticas basándose en la transmisión oral de los viajeros. Una joya editorial donde la creatividad se pone al servicio del discurso científico, que todo legitima. Compartiendo pared e intención, encontramos el Herbarium de Joan Fontcuberta, serie que cuestiona la veracidad de la imagen fotográfica y la legitimidad del falso documento como relato artístico realizada a principios de los ochenta en respuesta a la icónica publicación Urformen der Kunst de Karl Blossfeldt referente de la Nueva Objetividad en la década de los años treinta.

No podemos abandonar esta primera estancia sin mencionar las cianotipias de Anna Atkins, botánica inglesa del siglo XIX que pasó a la historia por ser la primera persona en publicar un libro ilustrado exclusivamente con fotografías, un año antes de la publicación de la primera entrega de The pencil of nature de William Fox Talbot. Gracias a la cesión de los derechos de reproducción por parte de la Biblioteca Pública de Nueva York, se exhiben en esta ocasión una retícula de quince imágenes pertenecientes al libro British Algae: Cianotype Impressions publicado en 1843.
La versión contemporánea de estos Fotogramas viene de la mano del artista Antonio Tabernero. Recomendamos también una mirada cercana, minuciosa y atenta al detalle del Systema Naturae de Lorena Cosba. Tomando el nombre de la obra escrita por el naturalista sueco Carlos Linneo, la autora expone bajo nomenclatura binomial el mundo natural que le rodea sobreimpresionándolo, literalmente, con imágenes pertenecientes a su intimidad personal y familiar.

Especímenes deshidratados del Herbario del MACB de la facultad de Ciencias Biológicas, unicornios y otros aperos de botica nos servirán de antídoto para seguir nuestro viaje por la exposición.
Viajes y expediciones
Viajar es sinónimo de descubrimiento. El mundo conocido amplió sus fronteras el 12 de octubre de 1492, las diversas rutas transoceánicas que surgieron al hilo del viaje de Cristóbal Colón fueron la punta del iceberg de las dos grandes oleadas coloniales que tuvieron lugar en el siglo XVI y en el último tercio del siglo XIX.

Aprender y aprehender son palabras homófonas, parcialmente sinónimas, pero con importantes matices en su significado. La primera remite al proceso de adquirir nuevos conocimientos, la segunda implica además una acción de posesión y pertenencia, coger/asir, hacerlo tuyo. En aras del omnipresente conocimiento de este nuevo mundo se aprendieron multitud de cuestiones y se aprehendieron otras tantas, cogiendo sin permiso los recursos –económicos, personales y culturales– de las tierras “descubiertas”. Esta imposición cultural en la actualidad es cuestionada por diferentes corrientes de pensamiento postcolonial.

El mundo vegetal, permeable a estas migraciones, extendió sus raíces atravesando los océanos, hito que transformó la botánica y la gastronomía del viejo continente. Entre las expediciones españolas, la exposición señala la realizada al virreinato de Perú (1777-1888) por el médico Joseph Dombey y los botánicos españoles José Pavón y Hipólito Ruiz. Este último publicó a su retorno a España el libro Quinología o tratado del árbol de la quina o cascarilla. La aplicación medicinal de las quinas se remonta a etapas precolombinas, donde los indígenas usaban su corteza pulverizada para remitir las fiebres, en Europa fueron determinantes para combatir la malaria. En la exposición podemos ver una amplia colección de quinas de la colección de Drogas de la Facultad de Farmacia que fueron cedidas en 1878 por el Real Jardín Botánico de Madrid.

La búsqueda de las propiedades curativas de estas nuevas plantas medicinales propiciaron el avance de la botánica, lo que exigió en paralelo una gran demanda de representaciones gráficas. Orientadas a la difusión editorial, el grabado y la ilustración iluminada (coloreada) fueron las técnicas más usadas. Áreas profesionales donde la presencia femenina era notoria, en parte propiciada por la prohibiciones de género establecidas en otras disciplinas artísticas. Excelentes ilustradoras como Maria Sibylla Merian, precursora de la entomología, naturista, exploradora, científica y pintora alemana del siglo XVII. Sibylla Merian defendió el método empírico de sus disciplinas con éxito, no en vano nueve mariposas, dos escarabajos y un total de seis plantas fueron bautizadas con su nombre. A caballo entre la entomología, la botánica y el arte, supo dar un enfoque integrador a todos ellos atendiendo al entorno natural que lo genera. Bajo el mismo enfoque plural los comisarios conciben y exponen la obra de la artista e ilustradora Marta Chirino, colaboradora habitual del Real Jardín Botánico de Madrid, piezas con las que evidenciar las sinergias entre los lenguajes de la ciencia y el arte en beneficio de una recíproca riqueza léxica.

La crítica postcolonial es evidente en los autores Andrés Pachón y Juan Baraja. Las Tropologías de Pachón revierten el relato del indígena mostrado como trofeo interviniendo las imágenes realizadas por el fotógrafo Fernando Debas con motivo de la exposición sobre Filipinas realizada en Madrid en 1887.

La serie Experimento Banana de Juan Baraja describe la grandilocuencia de occidente. Las imágenes reflejan a la perfección el decadente estado de las instalaciones abandonadas de los invernaderos de Reikiavik, en las dependencias de la Universidad de Horticultura de Islandia donde se intentó llevar a cabo el cultivo masivo de plátanos. Tras una enorme inversión económica y al albor de la creciente energía geotérmica, el gobierno islandés replicó todas las condiciones climáticas para que los cultivos fueran favorables, sin éxito. Las imágenes muestran con amargor el fracaso dado que las frutas nunca consiguieron madurar. Este experimento es la constatación de que la naturaleza no siempre se deja asir y moldear a nuestro capricho, recordándonos que incluso el capitalismo más arrogante tiene sus límites.
Jardines y florilegios
El jardín es ante todo una construcción, un artificio que no existe fuera del contexto humano. Ya desde los primeros herbarios se induce ese afán clasificador y completista, y sabemos que toda colección implica un objetivo y un valor diferencial sobre aquellos ejemplares que son más complejos de conseguir. Además, más allá de su corporeidad, un jardín –orgánico, sintético, conceptual o espiritual– se ha de cultivar. Palabra que encierra en su polisemia las claves de esta sección de la exposición.
[…Las acepciones del verbo cultivar, sembrar, poner los medios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, ejercitarse en las artes o en la memoria, criar y explotar seres vivos, y por fin, dar a la tierra y las plantas las labores necesarias para que fructifiquen. Cultivamos plantas que nos cultivan. Cultivamos conocimiento…]
“Jardines. Naturaleza y artificio” de Juan Pimentel (CSIC) e Ivana Cozzolino, Texto incluido en el catálogo de la exposición.

Bajo este prisma un bodegón podría ser otra forma de cultivo, una composición plástica medida al milímetro repleta de símbolos ocultos bajo el espejo preciosista de lo figurativo. Los tributos de Carmen Van den Eynde tienen su origen mucho antes de la ejecución de sus digitogramas. Ella misma cultiva las flores que posteriormente escanea y trata digitalmente para cerrar estas ofrendas florales a mujeres como Rachel Ruysch, Margarita Caffi o Georgia O’Keeffe en clásicas composiciones de tondos u óvalos.

Tratar de distinguir aquí entre natural o artificial será siempre un esfuerzo baldío, ¿acaso no son todos los jardines representaciones de ellos mismos? Los trabajos de Alberto Baraya y Linarejos Moreno ahondan sobre las paradojas de la autenticidad y la representación científica utilizando modelos artificiales para sus series Taxonomía para el herbario de plantas artificiales y Art Forms In Mechanish respectivamente. En esta última Blossfeldt es de nuevo interpelado, Moreno reemplaza la palabra “naturaleza” por “mecanismo”y los modelos orgánicos por sintéticos, evidenciando las interpretaciones que el sistema científico ha realizado sobre el mundo natural.

Un exquisito elenco de estas reproducciones, modelos clásticos como se designan técnicamente, se ubican en las vitrinas de los pasillos centrales. Estos ejemplares desmontables, facsímiles de su original natural, creados con fines docentes a partir de materiales sintéticos provienen de la nutrida colección de la Facultad de Farmacia, donde se custodian un total de 195 piezas de época, en su mayoría realizadas en papel maché por la empresa alemana Brendel a principios del siglo XX.

Este afán por el coleccionismo y el control del mundo vegetal ha generado muchas anécdotas históricas y algún que otro desorden económico. Famoso por su excentricidad es el caso de la desorbitada revalorización –y estrepitosa caída asociada– de los tulipanes en los Países Bajos a comienzos del siglo XVII, llegando a costar un bulbo el equivalente a seis veces el salario medio anual. En términos editoriales el paradigma del lujo en este campo sería el monumental Hortus Eystettensis libro publicado en 1613 por el médico, farmacéutico y botánico alemán Basilius Besler. En su versión iluminada costaba 500 florines, para ubicar mejor su coste relativo al nivel de vida, pensemos que vendiendo cinco ejemplares el autor se compró una casa en un barrio de alto poder adquisitivo en Núremberg. La exposición cuenta con una edición monocroma de época, sin iluminar, de tan oneroso ejemplar.

Alzando un poco la vista cambiaremos de escala, tiempo y estatus. Pasaremos del detalle micro al macro, de la glamurosa eternidad idealizada de una ilustración a un instante decrépito. Estos son los elementos narrativos de la serie Memento Mori del pintor e ilustrador Juan Gallego. Cuadros de gran formato que nos recuerdan que somos mortales, naturalezas muertas que, cansadas ya de representaciones canónicas muestran al fin sus defectos y finitud.
Ciencia y medioambiente
En tiempos de realidad virtual, aumentada y extendida, nos costará comprender la revolución que supuso el microscopio al revelar lo invisible. El viaje y expedición del conocimiento científico ya no se realizaba cubriendo largas distancias transoceánicas, el reto por contra se ubicaba en escalas cada vez más pequeñas, nanométricas, al límite de lo que pudiera resolver la óptica en un primer término o más tarde la electrónica. Esa mirada hacia dentro acotó también nuevas maneras de representar: cortes histológicos, pérdidas de referentes “naturales” ante el grado de ampliación y el comienzo de la imagen electrónica, con sus artefactos.

Los avances tecnológicos, la ciencia y el arte comienzan a caminar de manera independiente, siendo en demasiadas ocasiones disruptivos con el propio entorno que analizaban o interpretaban. Paradójicamente nuestra supuesta superioridad como especie se aloja en preceptos de carácter ideológico, la realidad –como apunta Tonia Raquejo– parece ser distinta.
[…Ahora sabemos que las plantas son indispensables para nuestra subsistencia y que sin ellas no podríamos haber existido. Sería conveniente que tuviéramos en cuenta más a menudo que las plantas, por el contrario, podrían vivir perfectamente sin nosotros.]
“Nuevos herbarios para sentir la naturaleza”, Tonia Raquejo (Catedrática de la Facultad de Bellas Artes, UCM) , texto incluido en el catálogo de la exposición.

No han sido pocas las voces críticas ante esta situación, la artista Mandy Barker representa en sus constelaciones de residuos plásticos –serie Soup– la problemática actual con un material que satura nuestras aguas y contamina en su totalidad toda la cadena trófica del entorno marino donde se desecha.

Quizás otros planetas son habitables, quizás tampoco merezcamos habitarlos hasta aprender, sin h, a cuidar primero este. Los Transcursos de José Quintanilla me inducen a compartir la opinión de que no somos demasiado necesarios para este planeta. En un posible futuro apocalíptico, la naturaleza se abriría paso sin problemas, fagocitando los vestigios de nuestra huella humana sobre la tierra, acabando lo que ella misma empezó.

Sobre los orígenes de la vida en nuestro planeta la exposición cuenta con una muestra del liquen extremófilo ibérico (Rhizocarpon geographicum) que fue expuesto a situaciones extremas –temperatura, radiación y vacío- en el espacio exterior durante dos semanas. Al retornar a la Tierra pudo ser rehidratado con total normalidad, recuperando su capacidad fotosintética en 12 horas y metabólica en tan solo 24. Un pequeño liquen que abre las puertas a muchas hipótesis sobre el origen de la vida en la Tierra o en otros planetas.
El colosal políptico Malas perspectivas de Alfonso Galván que cierra la exposición parece corresponder generando una sensación circular, un eterno retorno sobre un mundo natural en parte desconocido.

No es concebible un arte sin un espectador y contexto que lo signifique, de la misma manera que no se comprendería una disciplina científica exenta de un sujeto al que analizar. La ecología será sin duda el mejor puente por el que transitar nuestros avances. Al tiempo de terminar esta crónica, recuerdo la famosa cita del historiador americano Melvin Kranzberg , siempre pertinente cuando se cuestiona el impacto de la tecnología en la sociedad:
“La tecnología no es buena, ni mala, ni neutral”
Melvin Kranzberg

“Herbarios imaginados. Entre el arte y la ciencia” cerrará sus puertas el próximo 31 de marzo. Una fecha que se nos antoja demasiado cercana y esperamos se pueda extender por parte de la organización debido a la calidad y cantidad de información a procesar. No obstante siempre nos quedará su excelente catálogo donde poder disfrutar de esta exposición con pasión científica y rigor artístico.