El tren más largo (II)

Segunda entrega de nuestro reportaje sobre el transiberiano, desde Tomsk hasta Vladivostok, pasando por el mágico lago Baikal, completamente helado durante los meses de invierno y donde las temperaturas descienden de los -30ºC.

Después de recorrer más de 3.500 km en tren, atrás quedan ya Moscú, Ekaterimburgo o Novosibirsk, nuestras primeras etapas de la línea clásica del transiberiano. De hecho, llevamos en realidad 5.800 km, pues nuestro viaje comenzó mucho antes, en Niza, a bordo esta vez del transeuropeo que une Francia con Rusia. Seguimos ahora nuestra ruta a través de Siberia en pleno invierno hasta llegar a nuestro destino final, Vladivostok.

En el (antiguo) corazón de Siberia

Con más de 400 años de historia, Tomsk, la vieja capital de Siberia, es una de las ciudades más antiguas de esta histórica región rusa que abarca 13 millones de km2 –casi 23 veces la extensión de la península ibérica–. Sin embargo, a finales del s. XIX, Tomsk quedó relegada a un segundo plano cuando la línea del transiberiano se desvió en favor de Novosibirsk, la “nueva capital” de Siberia.

Tomsk © Núria Agustí

A pesar de contar solo con medio millón de habitantes, Tomsk es una ciudad muy extensa. Recorrerla a pie en invierno no es fácil, pues su clima particularmente húmedo la hace especialmente fría; de hecho, recordamos pocos sitios donde los dedos de las manos sufrieran tanto a la hora de sacar la cámara para hacer fotos. Afortunadamente, la ciudad está repleta de cafés muy acogedores que permiten resguardarse del frío y recuperar fuerzas.

Y es que el ambiente de Tomsk es particularmente caluroso, aunque parezca un oxímoron. En nada se parece a otras ciudades –a la cabeza nos vienen Moscú o Ekaterimburgo–, más inhóspitas e intratables. Parte de esta sociabilidad es debida a que, prácticamente uno de cada diez habitantes es estudiante; de hecho, a Tomsk también se la conoce como la “Atenas de Siberia”, y es uno de los centros universitarios más importantes.

Estatuas de hielo en la Universidad de Tomsk © Núria Agustí

Otro de los aspectos más conocidos de Tomsk es su amalgama de casas de madera y sus famosas ventanas; las más antiguas son también las más atractivas, pero cada vez quedan menos ejemplos de esta arquitectura.

Casas de madera, Tomsk © Núria Agustí
Casas de madera, Tomsk © Núria Agustí

Dos días no son suficientes para visitar todo lo que Tomsk ofrece, pero es hora de proseguir con nuestra ruta. Lamentablemente, pese a su relativa importancia, no todos los días salen trenes de Tomsk que conecten directamente con la línea principal del transiberiano hacia Vladivostok, por lo que tomamos un tren local que nos llevará hasta Tayga, punto de interconexión con la ruta principal.

El trayecto es corto, de apenas hora y media, una ocasión perfecta para viajar en “Platzkart” –la llamada tercera clase–. Si durante el invierno es difícil encontrar turistas incluso en la primera o segunda clase, aquí el inglés brilla (aún más) por su ausencia.

Tren 037H «Tomich» de Tomsk a Tayga en clase «Platzkart» © Núria Agustí

En los vagones de esta clase no existe la misma privacidad que en “Kupé” o “Soft” –así se denominan la segunda y primera clase, respectivamente–, pues los compartimientos están completamente abiertos y el espacio también es más limitado. Es seguramente la mejor opción para poder entablar conversaciones con los pasajeros autóctonos pero es también la menos aconsejable para aquellos con dificultades para conciliar el sueño.

Estación de Tayga © Núria Agustí

Tayga es en sí una ciudad pequeña, pero conocida por ser un nudo de conexión ferroviario muy importante. Su estación, pintada con el típico color pastel, es especialmente grande. Por ella transitan diariamente muchísimos pasajeros a la espera de su próximo tren. El nuestro parte en pocas horas, dirección Irkutsk, una de las paradas “clásicas” del transiberiano.

La ciudad de Irkutsk es una de las mayores de Siberia y, al igual que Tomsk, cuenta con muchas calles llenas de antiguas casas con arquitectura de madera. El color tampoco es lo que falta a Irkutsk, pero no se respira la misma “autenticidad” que en Tomsk. Aquí todo lo turístico tiene mayor presencia, como lo evidencian los nombres de las calles traducidas al inglés o las franquicias internacionales en el centro de la ciudad.

Casas de madera en Irkutsk © Núria Agustí

Ciertamente, Irkutsk es un punto de confluencia para muchos turistas y excursionistas, en su mayoría chinos, que llegan con el vuelo directo desde Pekín. En efecto, desde aquí se puede elegir, bien continuar con la línea clásica del transiberiano hasta Vladivostok, o bien escoger una de sus variantes que finalizan en la capital china –ya sea vía Manchuria con el transmanchuriano o atravesando Mongolia con el transmongoliano–.

Mapa de las rutas del transiberiano

Las influencias de Mongolia se dejan de hecho notar en Irkutsk –los numerosos restaurantes mongoles de la ciudad son un ejemplo– debido a su cercanía con este país. De hecho, muchos de los viajeros que se embarcan en el transiberiano siguen esta última variante –transmongoliano– para poder atravesar hasta tres países diferentes –Rusia, Mongolia y China– en un solo trayecto.

Los omnipresentes monumentos a Lenin, que encontraremos en todas nuestras paradas © Núria Agustí

El lago más profundo

A pocos kilómetros de Irkutsk se encuentra, sin lugar a duda, uno de los lugares más emblemáticos de Siberia, el Lago Baikal. Considerado por muchos rusos como un lugar sagrado, es el lago más profundo del mundo –hasta 1640 m de profundidad– y el más grande de agua no salada –en volumen–; efectivamente, se trata de la mayor reserva de agua dulce de todo el planeta –un 22% del total–. Además, es también el más antiguo que se conoce, pues data de hace aproximadamente 25 millones de años. Todos estos superlativos hacen del “Ojo Azul de Siberia” un lugar único.

El lago Baikal permanece completamente helado entre los meses de enero y mayo © Núria Agustí

A pesar de las condiciones extremas –entre enero y mayo el lago está completamente helado–, se trata de un lago con una alta biodiversidad. Habitan en él más de dos mil especies de seres vivos, muchas de la cuales son endémicas, como el nerpa del Baikal, la única especia de foca de agua dulce del planeta. El agua de este lago es además especialmente limpia y rica en oxígeno; la epishura, el alimento principal de los peces que habitan el lago, es uno de los responsables –aunque no el único, como nos señala una experta del lugar– de la nitidez de sus aguas, pues este pequeño cangrejo se encarga de filtrar el agua a través de su organismo.

Módulos ópticos del detector de neutrinos de Baikal © INR

Pero también es un lugar de alto interés científico; en el se encuentra el telescopio de neutrinos subacuático de Baikal; los módulos ópticos de este telescopio deben aguantar la enorme presión ejercida por los más de mil metros de agua que los separan de la superficie; en su interior, unas células solares captan el destello emitido por los neutrinos, un componente de vital importancia para la investigación sobre la materia oscura del universo.

Si bien muchos turistas optan por quedarse en Listvyanka –muy cerca de Irkutsk–, allí la nieve blanca cubre prácticamente toda la superficie del lago, lo que desmerece su belleza. Decidimos pues seguir los consejos de los guías autóctonos y viajar –esta vez por carretera– hasta la isla de Olkhon, la más grande de las 27 islas que alberga el lago Baikal. Las vistas desde allí son, al parecer, mucho más espectaculares.

Atravesando el lago Baikal hacia la isla de Olkhon © Núria Agustí

El trayecto hasta Khuzhir, la capital de Olkhon, dura poco más de cuatro horas; al parecer, en verano, cuando la afluencia de turistas es mucho mayor, el tiempo se duplica, sobre todo por las colas que se forman al llegar al ferry que permite navegar por el Baikal para llegar a la isla de Olkhon. Pero ahora, en invierno, no hace falta navegar por él; nos desplazamos en los 4×4 “AZD”, que atraviesan el lago helado mucho más rápido. Deslizarse sobre el hielo en estos vehículos rusos es toda una experiencia, sobre todo cuando el experimentado conductor es proclive a hacer “trompos” con la música tecno sonando a “todo trapo”.

Llegando a la isla de Olkhon a través del lago Baikal congelado © Núria Agustí

Entramos a Khuzhir a través de su puerto, donde sus –más bien decrépitos– barcos yacen inmóviles en las congeladas aguas del lago Baikal. Las calles están prácticamente desiertas, y apenas encontramos alguna tienda abierta; nada que ver con la afluencia de turistas del verano, nos cuentan.

Puerto de Khuzhir © Núria Agustí

Sin embargo, estamos impacientes por “pisar” el lago helado, y experimentar esas sensaciones tan únicas de las que hablan aquellos que ya las han vivido. Nada mejor que alejarse unos pocos kilómetros del pueblo en dirección a la Roca del Shaman, conocida como Shamanka, que es considerado por sus autóctonos como el centro neurálgico de la isla de Olkhon, de por sí el centro del lago Baikal.

Shamanka, Khuzhir © Núria Agustí
Shamanka, Khuzhir © Núria Agustí

Las formas y texturas que se forman en la superficie del lago Baikal a la altura de la isla de Olkhon son realmente asombrosas, y bien merecen el viaje para llegar hasta aquí. El azul oscuro casi negro del hielo deja entrever su transparencia única y la belleza del entorno contrasta con la brutal temperatura, cercana ya a los -30ºC.

Condición indispensable para disfrutar del lago Baikal: estar bien abrigado © Núria Agustí

Al día siguiente, aprovechamos para recorrer parte del lago bordeando la costa de Olkhon hasta llegar al cabo de Kobhoy, el extremo más septentrional de la isla. Y, por supuesto, comeremos el famoso Omul, el pescado autóctono de Baikal.

Hacia del cabo norte de la isla de Olkhon © Núria Agustí

Las vistas, a veces majestuosas, otras solemnes, se suceden una tras otra; los contrastes de tierra, nieve y hielo dan lugar a escenas sobrecogedoras, difíciles a veces de retratar solo con imágenes. El frío, implacable, nos recuerda quién es el artífice de tales paisajes.

Lago Baikal © Núria Agustí
Lago Baikal © Núria Agustí

Es hora de volver, y el trayecto de vuelta nos depara aún alguna sorpresa, esta vez no tan agradable. Se ha abierto una hendidura en la gruesa capa de hielo que cubre el lago, y el 4×4 que nos precede acaba de pinchar una rueda al pasar por encima. Pero, ¿no se suponía que la capa de hielo era tan gruesa? Según nos relata el conductor, se trata de un accidente más común de lo que cabría imaginar; al parecer unas cuantas personas mueren al año ahogadas a causa de estas fisuras imprevistas, un hecho que –según alcanzamos a recordar– no figuraba en nuestra guía de viaje. Afortunadamente, la hendidura ha sido pequeña y nuestro experimentado conductor consigue bordearla.

La aparente apacibilidad del lago Baikal esconde a veces pequeños peligros © Núria Agustí

Llegamos a Irkutsk ya por la tarde, y antes de volver a coger el tren, tenemos tiempo de merodear por el mercado central de la ciudad y aprovisionarnos para el largo trayecto por ferrocarril que nos espera. Llamativas son las paradas de pescado, congelado por la propia temperatura ambiente.

Mercado local de Irkutsk, con el pescado bien «erguido» congelado por la propia temperatura ambiente © Núria Agustí

La vida en el transiberiano

Estación de Irkutsk, tren 002, coche 7, plazas 5 y 6. Son las 21h 22, hora local, y el convoy sale en dirección a nuestro destino final, Vladivostok, última parada del transiberiano. Serán tres días y tres noches seguidas a bordo del tren, 70h exactamente.

Conciliar el sueño a bordo del tren es fácil cuando se viaje en los confortables compartimentos del “Rossiya”, el convoy más equipado de la línea del transiberiano. Como en todos los trenes rusos, el ambiente en el interior es caluroso y los pasajeros hacen de su vagón su casa, paseándose en pijama la mayor parte del tiempo.

En el interior del Rossiya, a nada menos que 30º de temperatura © Núria Agustí

Mirar a través de las ventanas es, por supuesto, uno de los mejores pasatiempos. La monotonía de los paisajes nevados en invierno hace perder la noción del tiempo a bordo del tren, a lo que hay que añadir el hecho de ir atravesando diferentes husos horarios a lo largo del trayecto. No es difícil equivocarse con respecto a la hora local exacta, pero afortunadamente, todas la horas del tren –y la de sus correspondientes paradas– están referenciadas siempre a la hora local de Moscú.

Reconocer las paradas no es tarea fácil sin conocer un mínimo del alfabeto cirílico. Si bien para un neófito de este idioma los carteles de las estaciones en ruso pueden parecer totalmente incomprensibles, un poco de atención y cuatro reglas básicas ayudan a deducir que “Чита”, corresponde a “Chita”, una de las ciudades que atraviesa al transiberiano –y que hasta no hacía tanto, sólo conocíamos por un juego de mesa–.

Repostando el tren «Rossiya» en una de las paradas © Núria Agustí

Con nuestras provisiones ya agotadas, nos decidimos por ir a cenar en el vagón restaurante del tren. Solo un pasajero más nos acompaña en el vagón, un hecho que no nos extraña pues venimos bajo aviso: prácticamente solo los turistas hacen uso del restaurante del tren, cuyos precios –a pesar de estar muy por debajo de los europeos– están exageradamente inflados para los viajeros locales. A pesar de ello, nuestra solvanya con pescado –acompañada con las omnipresentes patatas– cumple su cometido. La cerveza, eso sí, nunca se sirve muy fría.

Sin embargo, el vagón restaurante no es la única opción. La venta ambulante de comida es constante, sobre todo durante las largas paradas, donde los autóctonos ofrecen todo tipo de alimentos desde la vía del tren. Por si fuera poco, el responsable del restaurante suele recorrer el tren de punta a punta vendiendo pirozhky –bollos salados y dulces– a todas horas. Ciertamente, no es la comida lo que falta a bordo.

Al segundo día, acabamos por habituarnos por completo a la vida a bordo del tren. Comer, leer, mirar a través de las ventanas, estirar las piernas en las paradas, volver a mirar a través de las ventanas, leer, comer; y, por supuesto, dormir. Solo hay que dejarse llevar. El tren hace el resto.

La puerta al Sol Naciente

Al tercer día, ya caída la noche, llegamos por fin a Vladivostok, última parada del transiberiano.

Estación de Vladivostok © Núria Agustí

Vladivostok es una ciudad vibrante y económicamente emergente, gracias a su importante puerto –el más grande de Rusia en el Pacífico– y su cercanía con China, Corea y Japón. A diferencia de otras grandes ciudades rusas del interior, Vladivostok es más cosmopolita y moderna, con claras influencias internacionales.

Puente del Cuerno de Oro, Vladivostok © Núria Agustí

Se trata también de una ciudad muy interesante desde el punto de vista arquitectónico, con mezclas del barroco ruso y de la arquitectura asiática, y donde podemos descubrir edificios de estilos gótico germánico o románico. En el GUM –grandes almacenes rusos– de Vladivostok encontramos, de hecho, uno de los ejemplos de art nouveau más representativos, que data de finales del s. XIX.

Edificio GUM en la transitada calle Svetlanskaya, Vladivostok © Núria Agustí

La bahía de Amur, al oeste de la ciudad, es también un punto de encuentro para los pescadores locales –la pesca representa, de hecho, más de tres cuartas partes de la actividad comercial de la ciudad–. Los primeros kilómetros permanecen completamente helados en invierno, con lo que se puede caminar a través de la bahía y alejarse así de la costa en busca del lugar más idóneo.

Bahía de Amur, Vladivostok © Núria Agustí

Para poder pescar a través de la gruesa capa de hielo, los pescadores deben primero hacer un agujero por el cual introducir el anzuelo. Pero no solo de paciencia deben armarse; sus gruesos abrigos dejan entrever que tampoco es fácil permanecer tanto tiempo inmóvil a temperaturas tan bajas.

Pescador en el hielo, Bahía de Amur, Vladivostok © Núria Agustí
Pescador en el hielo, Bahía de Amur, Vladivostok © Núria Agustí

Nos despedimos de Vladivostok; es el fin de nuestro viaje. Han sido casi 9.300 km viajando sobre raíles desde Moscú. Tres semanas recorriendo paisajes asombrosos a través de la tundra siberiana en pleno mes de invierno, paisajes de una belleza gélida que solo el frío más extremo es capaz de conferir. Una experiencia que no podemos dejar de recomendar, y que ya deseamos volver a repetir.

Primera parte: El tren más largo (I) – De Moscú al corazón de Siberia

Salvo autorías ajenas a este medio, todas las fotografías que componen este artículo han sido capturadas con equipo profesional Olympus OM-D y m.Zuiko Pro.

3 Responses

  1. Muy buen artículo, como el anterior. Quizás echo de menos más fotografías de las distintas ciudades, pero entiendo que no hay sitio para todo. ¿Tuvísteis dificultad para encontrar alojamiento?

    1. ¡Muchas gracias Javier! Sí, efectivamente, en este segunda parte del trayecto en transiberiano hicimos menos paradas, pero más largas; para poder disfrutar del lago Baikal, había que prever un parada de al menos 4 o 5 días en Irkutsk. En cuanto al alojamiento, no tuvimos ninguna dificultad. Probamos tanto hoteles como hostales y todos ellos con una muy buena calidad precio, sobre todo cuando los comparamos con los estándares a los que estamos acostumbrados aquí. Si planeas viajar en verano, te aconsejamos quizá reservar con cierta antelación; en invierno no tuvimos ningún problema 🙂 ¡Un saludo!

      1. Entre verano o marzo está la cosa, depende del presupuesto. Quizás marzo sea mejor opción, con menos turistas y más hielo, como comentais.
        Muchas gracias )

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