Seguramente, la imagen seleccionada es una de las más icónicas del autor estadounidense. En ella podemos ver como una mujer y una niña esperan en la puerta de un cine, dispuestas a acceder por la entrada para personas de color.
Sí, estamos en Mobile, Alabama, donde la segregación racial estaba lejos de desaparecer. Nos encontramos en el sur más profundo, donde todavía los perdedores de la Guerra de Secesión americana mantenían su estatus de poder, y lo manifestaban simbólicamente en gestos perceptibles en el día a día de sus habitantes.
El año es 1956, en plena lucha por los derechos civiles. Poco antes, en la cercana localidad de Montgomery, la célebre Rosa Parks se negó a levantarse de su asiento para blancos de un autobús. Y Martin Luther King comenzaba su lucha como activista, también en el sur de los Estados Unidos.
Autobuses y baños segregados o entradas separadas para personas blancas y negras. Es lo que se encontró Gordon Parks, un fotógrafo de raza negra, cuando recibió el encargo por parte de la revista Life de ir a la América profunda y poner de manifiesto las desigualdades tremendas que afectaban a una parte del país.
Y en esta imagen podemos decir que encontramos un poderoso resumen de los días que pasó allí. Se trata de una fotografía de una delicadeza suprema. Hasta el punto de que la paleta de colores tan sutil, la elegancia de la mujer y la luz uniforme que envuelve la escena, nos hacen escapar de la realidad que protagoniza la imagen.

En la fotografía aparecen la profesora Joanne Thornton Wilson y su sobrina Shirley Kirksey. Encuadradas en una perfecta composición en formato medio, donde el gesto de ambas parece haberse detenido en uno de esos “momentos decisivos” de Cartier-Bresson. El color del vestido, la línea que sigue su espalda continuada sobre el perfil del edificio, y las líneas que convergen en ella. Mientras las miradas van en dirección opuesta a la entrada, acentuando el choque de realidad que supone encontrar el letrero en el lado contrario.
Se trata de imagen estéticamente bella, que esconde una realidad amarga. La fotografía, como siempre, proporcionando armonía a un mundo complejo. Desarrollando historias detenidas en un fotograma que necesitan ser leídas, analizadas e interrogadas, hasta que somos capaces de ponerles un guión. En no pocas ocasiones, un guion distinto por cada persona que posa sus ojos sobre ella.
Preguntada años después por su hijo el porqué de ir tan arregladas en la imagen, la protagonista le respondió que “no querían parecer sirvientes”. Lo que, por una parte, nos indica que la escena es hasta cierto punto posada, y, por otra parte, nos habla de la intención que latía en este ensayo fotográfico de Gordon Parks.
Hay evidentes señales de la segregación racial en sus fotografías, como el letrero luminoso que indica la entrada, pero quería transmitirlo de una manera más perspicaz. Su objetivo era mostrar la dignidad de unas personas que, a pesar de las adversidades que se encontraban en su día a día, salían adelante y luchaban por encontrar su lugar en un clima hostil.
Imágenes que parecen propias del documentalismo contemporáneo, que busca mostrar la realidad a través de la reflexión más que del impacto visual. De hecho, Parks no utilizó el blanco y negro porque la mayoría de los reportajes fotográficos que se habían realizado en torno a la lucha por los derechos civiles habían sido muy dramáticos. Y ese drama había sido acentuado por el uso del blanco y negro. Quería mirar con nuevos ojos, huyendo de estereotipos, y para ello necesitaba el color.
De alguna manera, nos recuerda al trabajo que hizo Paul Graham durante el conflicto de Irlanda del Norte. Usó la simbología para mostrar el enfrentamiento a través de elementos iconográficos en tensión. En el caso del fotógrafo inglés, despojando casi por completo el elemento humano de sus imágenes.
Y lo que hizo Gordon Parks fue seguir a varias familias en su vida diaria. No le importaba tanto el drama, que hubiera sido más sencillo, como contar historias reales, de personas que trabajaban y eran capaces de salir adelante. Que tenían momentos felices o tristes, como podían tenerlos aquellos a los que iban destinadas estas fotografías. Mostrar la “vida negra” en el sur como antes nadie lo había hecho.
Curiosamente, esta fotografía no formó parte de la selección que publicó Life de este trabajo. Fue tiempo después cuando se descubrió el poder que guardaba en su interior. Y se convirtió en una de las obras más alabadas de Gordon Parks.
Y no es decir poco, ya que el fotógrafo estadounidense ha sido uno de los grandes del siglo XX. Comenzó trabajando para la legendaria Farm Security Administration, dirigida por Roy Stryker, haciendo fotografía documental acerca de las condiciones precarias de la clase trabajadora estadounidense. De aquella etapa es la conocida fotografía de la limpiadora Ella Watson, titulada “American Gothic”, por sus reminiscencias al cuadro del pintor Grant Wood.
Vivió en sus carnes el racismo, ya que la intención del afamado director de arte Alexey Brodovitch de ficharle para la elitista revista Harper’s Bazaar fue truncada por ser negro. Pero, posteriormente, en 1949, fue contratado por la revista Life, donde se desarrolló gran parte de su carrera.
Gordon Parks fue escritor, músico y cineasta. El primer negro que dirigió una película en Hollywood con títulos conocidos como la serie del inspector de color, Shaft. Un artista total, que conoció de primera mano la convulsa historia de los Estados Unidos durante el siglo XX, la persona perfecta para retratar la vida allá por 1956, en la terrible Alabama.