El Musée Quai Branley Jacques Chirac es un magnífico museo parisino dedicado a mostrar las manifestaciones culturales tradicionales de Asia, América, Oceanía y África; situado a poca distancia de la Tour Eiffel, es un motor cultural de la capital francesa gracias a sus impresionantes colecciones y a su política de exposiciones temporales. Integrado en su tejido expositivo, el Quai Branley dispone de un espacio fijo –la Boite Arts Graphiques– donde trimestralmente se exponen selecciones de los fondos de fotografías, dibujos y cuadernos de viajes de que dispone la institución.
Recientemente, y como complemento a la exuberante exposición Le magasin des petits explorateurs –desarrollada de mayo a octubre de 2018–, la Boite ha dedicado sus vitrinas a mostrar algunas de las planchas que Jean Marcellin dibujó para la revista Pilote entre 1966 y 1970, unas piezas que han sido recientemente adquiridas por el Musée Quai Branley.
Pilote nació en 1959 a partir de la iniciativa de, entre otros, algunos de los pilares de la historieta franco-belga como Jean Michel Charlier, René Goscinny y Albert Uderzo, y supuso una verdadera revolución para la historia de la historieta europea. Sin entrar a detallar su intensa trayectoria, el simple repaso de algunas de las series que vieron la luz a través de sus páginas –Astérix, Blueberry, Tanguy et Laverdure, Le demon des Caribes, Jacques Le Gall o Valerian– nos muestran de manera ejemplar la importancia de una revista que se mantuvo en el mercado hasta 1989.
Durante los primeros años de la publicación –los más gloriosos, sin duda– hubo una sección que se mantuvo fija en la doble página central y que llevaba por título Pilotorama. A modo de un gran diorama gráfico –y obviamente bidimensional-, esta sección ofrecía un espléndido fresco donde se mostraban contenidos referentes a la historia, la geografía, la tecnología, la etnografía o los medios de transporte, entre otros temas. Con clara voluntad didáctica –un aspecto que no se descuidaba en las revistas de referencia del mercado franco-belga de aquellos años como eran Tintin o Spirou– esta gran ilustración ofrecía cada semana a los lectores una aproximación visual a temas tan diversos y dispares como La toma de Constantinopla, El canal de Panamá, La batalla de Lepanto, Los lapones, Una central nuclear o La línea Maginot.
Esta gran imagen, repleta de detalles, con frecuencia iba acompañada, en el reverso de las páginas, de un dossier sobre el tema seleccionado que estaba integrado por textos y fotografías que ampliaban la información. Según explican los coleccionistas y recuerdan los lectores de antaño, era habitual que muchos de ellos separasen de la revista esa espectacular doble página central y la colgasen a modo de póster en su habitación. Pilotorama contó en ocasiones –sobre todos en los recurrentes temas de aviación e historia– con la labor de redacción y documentación de Jean Michel Charlier y en la parte gráfica destacaron los trabajos de ilustradores como Louis Murtin, Henri Dimpre, Jacques Devaux y Jean Marcellin.

Jean Marcellin (Avignon, 1928) fue un prolífico ilustrador que desarrolló su labor hasta fecha reciente en el campo del libro juvenil y de las revistas de bande dessinée, donde destacó de forma muy especial por sus trabajos gráficos sobre el lejano Oeste. Minucioso y detallista, a finales de los años sesenta y por deseo expreso de Jean Michel Charlier, en aquellos años redactor jefe de Pilote, recibió el encargo de dibujar algunas de las páginas de la sección Pilotorama. Los temas que trató fueron diversos e iban desde los propiamente históricos –los baños romanos, la vida prehistórica o Lenin y sus camaradas de octubre, por poner ejemplos suficientemente dispares– hasta los que mostraban diversos aspectos de la naturaleza –la tundra o los bosques galos en la época de Astérix–; pero donde destacó Marcellin fue en sus composiciones etnográficas.
Con un rigor exquisito, este artista centró el grueso de su trabajo en el retrato y la evocación de las culturas desaparecidas o en aquellas que se encontraban en vías de extinción. Así, los lectores de la revista, al tiempo que se sumergían en las peripecias del teniente Blueberry a la búsqueda de la mina del alemán perdido o en los viajes espacio-temporales de Valerian, descubrieron en las páginas centrales de la revista unas espléndidas composiciones gráficas que les mostraron los usos y costumbres de los hmong, los pigmeos, los andamaneses, los jíbaros, los ainos, los tasmanios los masáis, los caribes o los bosquimanos.
Para llevar a cabo su labor, Marcellin visitó de forma continuada las salas del Musée de l’Homme de París –donde hasta 2003 se exponían las colecciones etnográficas que luego fueron traspasadas al Quai Branley– y se documentó minuciosamente sobre cada uno de esos pueblos, tomando apuntes y fotografías de los fondos expuestos. A partir de toda la información recogida, el ilustrador construyó sus composiciones gráficas y dibujó unas estampas atemporales que recreaban la vida de esas comunidades; en ellas se podía ver a sus componentes -mujeres y hombres, niños y ancianos- desarrollando sus labores cotidianas y siempre integrados en su ecosistema, por lo que los detalles sobre flora y fauna tenían una presencia importante; acompañando este trabajo de innegable plasticidad, una serie de leyendas a pie de ilustración explicaban las singularidades de los diversos objetos, instrumentos, animales, plantas o vestimentas que aparecían en la imagen.

El trabajo de Marcellin, desarrollado entre 1966 y 1970, destacaba, como hemos subrayado, por su rigor; es cierto que no era un trabajo específicamente científico, pero tampoco pretendía serlo. Destinado a Pilotorama, es decir, a las páginas centrales de una revista dirigida a un público juvenil que tenía unas tiradas que superaban los centenares de miles de ejemplares, se imponía la voluntad divulgativa y el deseo de despertar el interés y la curiosidad de los lectores. Ahora bien, ello no era óbice para que el dibujante realizase unas creaciones documentadas, contrastadas y de incuestionable validez didáctica. Y prueba de ello es, sin duda, el hecho de que una institución como el Musée Quai Branley Jacques Chirac haya adquirido nueve de las planchas originales de Marcellin que se publicaron en Pilotorama, en concreto las dedicadas a los fueguinos, los tuaregs, los tasmanios, los pueblos de Siberia, los pigmeos, los ainú, los lacandones, los jíbaros y los kamayuras; y no solo eso, sino que además las muestre en un lugar preferente y les otorgue un valor cultural incuestionable a la hora de entender las formas en cómo se ha explicado el mundo a las diversas generaciones.
Más allá de felicitarnos por la oportunidad de poder disfrutar de este patrimonio gráfico, no podemos evitar preguntarnos hasta qué punto una decisión como la tomada por los gestores culturales franceses, a saber, que un museo de máximo prestigio se acerque al mundo de los medios de comunicación de masas sin prejuicios y adquiera y divulgue páginas como las de Marcellin, sería posible en nuestro entorno cultural. No hubo Pilotorama en las revistas publicadas en España durante aquellos años, es cierto, y el modelo triunfante en esos años –el de las revistas Bruguera principalmente, con cabeceras como Mortadelo o Zipi y Zape entre tantas otras– fue refractario a incorporar material que no fuese de entretenimiento. Ahora bien, es de justicia recordar cómo algunos tebeos de los años sesenta y setenta que se inspiraban en el modelo franco-belga –Cavall Fort y Tretzevents en catalán, Strong, Gaceta Junior o Trinca en español– tuvieron secciones gráficas de divulgación de notable valor que valdría la pena reivindicar y recuperar a través de algún tipo de reedición o exposición.
En España, la divulgación para los jóvenes lectores se centró en otro campo gráfico afín, los extraordinariamente populares álbumes de cromos de contenido pedagógico. En ese ámbito, cabe subrayar el trabajo de ilustradores como Vicente Segrelles para Editorial Bruguera, Francisco Jesús Serrano Castro para Maga o muy especialmente Joaquín Vehí Menéndez quien, para Álbumes españoles-Heraclio Fournier, en 1968 realizó el monumental Vida y color 2.

Este álbum de más de quinientos cromos, coordinado por pedagogos, arqueólogos, profesores universitarios y conservadores de museos proponía, en la línea del trabajo de Marcellin, un recorrido por los diversos pueblos y culturas de la historia; de los persas a los asirios pasando por aztecas e incas y llegando hasta los lapones, los tibetanos, los pigmeos o los jíbaros Vehí dibujó unas magníficas ilustraciones que sirvieron de rigurosa puerta al conocimiento del mundo para miles de lectores. ¿Dónde está todo este patrimonio gráfico? No hay duda de que el modelo del Musée Quai Branley Jacques Chirac es un referente a seguir que, hoy por hoy, por desgracia, en nuestro entorno cultural nos parece inalcanzable; de hecho, se nos muestra tan remoto como la vida de los jíbaros o de los bosquimanos que evocaba Marcellin en Pilotorama.