Estas icónica imágenes fueron publicadas al año siguiente por la Agencia Magnum sin firmar, para evitar posibles represalias hacia Koudelka. Hasta el punto que no fue conocida su autoría hasta años después, cuando ya el fotógrafo checo había dejado su país para comenzar esa vida errante y sin patria que le ha acompañado desde entonces.
Sorprende reconocer en esas imágenes fotoperiodísticas al autor que ha vivido unido a un documentalismo personal y puro. Pero aquello fue el despertar al exterior de un fotógrafo que hasta ese momento se había desarrollado en la timidez del trabajo escénico, retratando teatro y comenzando a experimentar con la fotografía panorámica y la imagen documental. Pasión por la que dejó su profesión de ingeniero.
En 1970 abandonó su país, y en 1971 se incorporó a la Agencia Magnum, con el beneplácito de Henri Cartier-Bresson, que en seguida vio el talento único de Koudelka. Le dejó desarrollarse con la libertad que necesitaba, huyendo de un fotoperiodismo que hubiera atenazado su creatividad.
Y es que estamos hablando de un fotógrafo que nunca ha aceptado encargos. De un creador romántico, en el sentido de libre, de alguien que en lo personal es austero, que gusta de dormir al raso en conexión con la naturaleza, y que cuando va a París pernocta en la oficina de Magnum. Pistas que nos ayudan a construir la personalidad de un ser humano especial, que ha vagado durante más de dos décadas por el mundo, sin tener una residencia fija.
Ha recibido todos los premios y reconocimientos que uno puede imaginar. El Premio Hasselblad (1992), el Premio Cartier-Bresson (1991) y el Premio Nadar (1978), entre otros. Su obra pertenece a las más grandes instituciones artísticas mundiales, como el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Bajo ese estatus Koudelka continúa su camino –insaciable a pesar de su edad– en permanente reinvención. Perfectamente podría haber seguido durante años la estela de ese documentalismo rompedor, tantas veces copiado en la fotografía contemporánea, él escogió seguir explorando el lenguaje fotográfico y sus formatos de difusión.
Consolida una obra que es en el formato libro donde ha alcanzado su verdadera dimensión, con piezas de arte donde las fotografías se interconectan como pequeñas historias dentro de otras, tejidas con mimo.
Así lo podemos ver en Gitanos, su libro más conocido, publicado en 1975 por primera vez, y que es fruto del trabajo de casi una década, que comenzó en 1962. Retratando al pueblo romaní asentado en Centroeuropa, en tierras de Rumanía, Hungría y Eslovaquia, entre otros países. Otorgándoles una dignidad y una presencia imponentes, como rara vez ha conseguido nadie dentro del mundo del arte y la cultura.
Contemplando sus imágenes no podemos más que calificar a Koudelka de revolucionario del lenguaje fotográfico. Ahora que se utiliza tanto el concepto de storytelling en el mundo del marketing y la comunicación, podríamos calificar a Koudelka de un verdadero “storyteller” de la fotografía.
Capaz de contar historias a su manera, exprimiendo al máximo las limitantes cuatro paredes de la imagen fija: “No me gustan los pies de foto. Prefiero que la gente mire mis fotografías e invente sus propias historias”, ha comentado el autor checo. Y así es. Uno no puede más que esbozar lo que ocurre con las pistas que te ofrece. Son imágenes abiertas, con encuadres complejos, donde la realidad se recorta hasta parecerse a una representación visual del “realismo mágico” de la novela latinoamericana.
Pero Latinoamérica está lejos de la Vieja Europa, y en Koudelka también hay austeridad, pureza y una fidelidad al blanco y negro imperturbable a lo largo de los años. Y un deseo obsesivo por no repetirse, con un ojo entrenado a diario con una cámara que le acompaña siempre, como un artista-atleta cuya meta desconoce. No hay más que asomarse a sus últimos libros, como Chaos (2000), Limestone (2001) o Wall (2013), que recogen imágenes realizadas con cámaras panorámicas, y sin presencia humana. Cuesta reconocer al Koudelka de Gitanos o Exiles aquí.
El fotógrafo checo ha visitado en numerosas ocasiones España. Y aunque no sea el país con el que más relacionemos su trabajo, nuestras tradiciones y costumbres también le han atraído con fuerza. Hasta el punto de coincidir y trabar amistad con dos de los grandes retratistas patrios de nuestros ritos, fiestas y costumbres, Cristina García Rodero y Fernando Herráez.

La fotografía que hemos seleccionado fue tomada en su primer viaje a España, en 1973. Y forma parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York. En la imagen, un niño con la mano abierta y el brazo estirado parece pedir limosna a los que pasan de largo por su lado, vestidos de penitentes.
En la esquina contraria, un hombre mayor con muletas, con las que se ayuda para aliviar la falta de una pierna, parece mirar al niño. ¿Tiene alguna relación con él? ¿Podría ser un nieto que pide ayuda en nombre de su abuelo? A pesar de lo que pudiera aparentar ese brazo, el niño parece pulcramente vestido, propio de lo que es un día festivo de Semana Santa. Una historia que se cuenta en torno a una línea diagonal que recorre con maestría el encuadre de izquierda a derecha, y de abajo a arriba.
Pero, ¿podría ser que Koudelka captara el gesto del niño de manera casual y su significado sea distinto? ¿Que no se trate un niño pidiendo, sino fruto del equívoco que puede provocar una imagen sin un descriptivo pie de foto? Como siempre, nos ofrece la información justa, las pistas necesarias para que las lecturas puedan o no ser correctas. Sólo él lo sabe, sólo él tiene en su cabeza el antes y el después. Y unos negativos que quizás nos servirían para conocer la verdad de la historia. Pero, ¿a quién le importa la verdad cuando estamos hablando de arte?